Es hora de habitar(nos).
Las plantas, las repisas, los azulejos, las ventanas, las puertas de esa casa que se supone que habitas; llenas de polvo, de pelos de gata.
De ese espacio grande o pequeño, pero al fin de cuentas, tuyo.
Tu casa. Ese lugar que está diseñado para habitarlo y que por el ritmo de la vida nos hemos enfocado a utilizarlo sólo para dormir o para llegar y desconectarnos del mundo. Ahora lo tienes a tu disposición para reconectarte contigo misma.
El mundo está en una pausa, en una incertidumbre que más que desesperar, nos angustia, me angustia.
Es ahí cuando he decidido habitarme.
Reconocer de nuevo cada cuarto de esa casa que llamo “cuerpo”, y también, cada rincón de esa mente que crea y que nutre las acciones, con intenciones puras y buenas.
Reconectar con las emociones, sensaciones y formas de vida que jamás había tenido oportunidad, ni en tus vacaciones más soñadas.
“Lee”, “haz ejercicio”, “medita”, “estudia”; dicen algunos, para intentar calmar a esa ansiedad que no para. Que no para de decirte cosas que no quieres escuchar o que no quieres enfrentar.
Ahora, el ritmo de la vida es distinto; las horas saben diferente, se experimentan diferente. Es posible que la ansiedad haga pasar las horas; o más lentas o más eternas.
La forma en la que he buscado habitarme es por medio de reconocer y abrazar mis vulnerabilidades, y retomar vivencias oscuras y difíciles, para recordarme a mí misma que nada de eso me define. Encontrar mis espacios digitales, elegidos y libres, sin el temor del “qué dirán”. Mantener contacto con personas que amo y admiro, me ayuda a mantenerme cuerda, a tocar base.
Habitar(me) de una forma nunca antes vista, haciendo una introspección de acciones y de pensamientos estancados por años, y que sólo mermaban toda la percepción de mi presente; de mis relaciones actuales y pasadas. De todo lo que fui y lo que soy, lo que me convertiré, todo eso mermado por una sola idea.
Esta cuarentena decidí, tener una reconexión con todo aquello que escondía bajo los recuerdos, latentes, pero al final de cuentas, intermitentes. Que se iban pero al final, regresaban.
Momentos tristes, duros y violentos en mi vida; llegaban a formar parte de ese conjunto de pensamientos en mi día a día. Levantando dolores pasados.
Reconocí, que el hecho de que esas memorias o experiencias negativas regresen, es para recordarme que eso, no me define y me ayudó a llegar al fondo de mi dolor; liberándolo como una lección abrazada y digerida, que terminó siendo canalizada a mi proceso de sanación. Me abracé de nuevo.
Reconocí, que esos recuerdos me duelen, pero ya no me hacen daño, porque he decidido habitarme y amarme sobre todas las cosas; por lo que el llorar, el soltar, el enojarme forman parte de ese amor propio que lo único que brinda es bienestar a mi alrededor y sacar las emociones; identificarlas una a una, para sacarlas armoniosamente o cómo pueda.
Y sí, hay veces que no es posible, cuando existe una sobresaturación de información minuto a minuto, con la situación actual a causa de la Pandemia, está a la orden del día y sumándole mi bagaje emocional, hace que no pueda contenerlas como me gustaría y es cuando reconozco que necesito una pausa para simplemente llorar y sentir, simplemente ser. Fluir con mis emociones.
Habita tu espacio de una manera sana, amorosa y día a día. No sabemos qué nos depara, no sabemos nada.
Así que yo me prometo que haré lo que pueda resolver; seguir las medidas de seguridad y quedándome en casa, trabajando mis emociones para no gastar energía en lo que no puedo resolver.
Habitar(me) de una forma más consciente.