Un hueco en el corazón
Siento un hueco, no se va y creo que jamás se irá.
Ese hueco era más grande de lo que pensé, se hizo el 18 de julio del año 2020, era enorme, del tamaño de su presencia en mi vida, 30 años, para ser exacta. Fue mi segunda madre, y sin saberlo, a ella le debo muchas cosas que me hacen una persona increíble, tanto como ella, o al menos un poco de lo increíble que ella era.
No sabía lo mucho que me costaría decirte adiós; te fuiste rápido y de una forma pacífica. Eso me trae consuelo, me trae paz, aunque no te veré más.
Como flashazos llegan recuerdos de mis días contigo en Santa Elena, lo feliz que fui ahí. Las tortillas, los frijoles, el caldo de res, las albóndigas — con cilantro, por favor — , como a ti te gustaban.
Recuerdo constantemente que hacías las mejores tortillas de harina, las cuales, agarrábamos al pasar por la cocina después de jugar, nos pedías que fuera con precaución porque nos podíamos quemar. Agarrábamos una, la hacíamos rollito y seguíamos jugando. Luego venía el festín, uno a uno salían los platos llenos de comida para cada nieto, era una línea de producción magnífica, para tantas bocas que alimentar, de los mejores festines que he probado, por cierto.
Ese hueco, imposible de llenar se queda para siempre, pero con la certeza de que estará llenándose de ese conocimiento que nos dejaste en esta tierra. Gracias por ser la ancestra que más cosas me enseñó de la vida con sólo ser tú misma, con sólo verte, ya aprendía tanto de ti.
Sólo quiero agradecerte porque me enseñaste a que la vida es mejor cuando le ves el lado bueno, el lado que se necesita resolver de una forma práctica, que funcione.